Carolina tiene 35 años. Llegó a la consulta con un dolor lumbar persistente que se irradiaba hacia la parte lateral de la pierna y la rodilla derecha. Ya había hecho varios tratamientos previos: sesiones de kinesiología, osteopatía, ejercicios, analgésicos, pero los resultados eran momentáneos. El dolor volvía. No había una lesión estructural clara en los estudios, pero sí un cuerpo que estaba tenso, reactivo y difícil de habitar.
“Siento como si todo estuviera tirante por dentro. No me puedo soltar.”
Durante la evaluación, aparecieron signos típicos de un sistema fascial alterado: movilidad reducida en la región lumbopélvica y torácica, dolor a la palpación en tejidos superficiales, sensación de tracción interna al moverse, respiración superficial y una desconexión profunda con el cuerpo apoyado en el suelo. Carolina no solo sentía dolor: también se sentía extraña dentro de sí misma.
¿Qué es el sistema fascial?
El sistema fascial es una red tridimensional de tejido conectivo que envuelve y comunica todo el cuerpo: músculos, huesos, órganos, vasos y nervios. Es un sistema sensorial y adaptativo. Cuando esta red pierde su capacidad de deslizamiento, hidratación o adaptación, pueden generarse tensiones, bloqueos y dolores a distancia, como los que experimentaba Carolina.
No se trataba de un “problema en la rodilla”. Era un desequilibrio en su sistema fascial lumbopélvico que se manifestaba en distintas zonas del cuerpo.
Carolina no necesitaba más ejercicios ni exigencias. Necesitaba reencontrarse con su cuerpo desde otro lugar. Su tratamiento se centró en tres pilares:
Liberar: A través de movimientos suaves, técnicas de deslizamiento fascial activo y respiración, fuimos recuperando la movilidad general sin provocar dolor.
Escuchar: Cada propuesta fue una invitación a registrar el peso del cuerpo, notar cómo apoyaba, cuáles zonas se activaban y cuáles no. Sentir sin corregir.
Reconectar: Usamos imágenes mentales, tacto guiado, exploración del movimiento desde la curiosidad. Fue una práctica de presencia, no de control.
“Me doy cuenta de que tenía partes de mi cuerpo completamente olvidadas.”
Con el tiempo, Carolina empezó a modificar su forma de hablar del cuerpo: dejó de hablar de “tensión” para hablar de “presencia”. El dolor disminuyó, sí, pero lo más importante fue que recuperó la confianza en su cuerpo. Se sintió más conectada, más clara y más capaz de habitarse.
Muchas veces pensamos que el cuerpo “falla”, cuando en realidad solo está pidiendo otra forma de atención. En este caso, el dolor fue la puerta de entrada para una escucha más profunda.
Luego de varias sesiones individuales, Carolina comenzó a participar de las clases de YOGA KINESICO, como forma de mantenimiento, exploración y continuidad en su proceso de autoconocimiento.
Las clases le ofrecieron un espacio donde podía seguir conectando con su cuerpo desde el movimiento consciente, la respiración y la escucha activa, sin presión ni exigencia.
La historia de Carolina muestra que no siempre se trata de fortalecer o estirar, sino de escuchar, sentir y reconstruir el vínculo con el cuerpo.
Si sentís que tu cuerpo está rígido, tirante o desconectado, quizás podés empezar un camino diferente. Uno que no duela. Que no exija. Que simplemente te devuelva un mapa propio.
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Te puedo acompañar en ese proceso.
Leti.